1969: a: Programa Oficial

Programa oficial de la enseñanza de guitarra del Conservatorio Superior de Música

No ha tenido la guitarra tantos apologistas ni vates que la cantaran, a pesar de su antigüedad, como el laúd, el arpa u otros instrumentos de cuerda más decorativos y de nombres más eufónicos como el salterio, el sistro y la lira, instrumento este último al que se le ha dedicado una constelación estelar de elogios poéticos.

Es preciso, pues, hacer encomio o alabanza de nuestra querida guitarra, ya que ella, por sus admirables condiciones de instrumento polifónico y por el embrujo de su timbre, a pesar de no ser lo suficientemente comprendida y estar exenta del justo elogio que merece, se ha introducido y encajado en la idiosincrasia del pueblo, por saber producir, con más veracidad que cualquier otro instrumento, la emoción estética de los sentimientos humanos.

Permitidme que os hable brevemente del instrumento que vais a pulsar y de su historia. Historia que viene a remontarse hasta la señorial vihuela, por carecer de datos positivos y ciertos en su no muy clara genealogía.

Si nos atenemos a los diferentes nombres que han recibido los instrumentos de cuerda que han precedido a la guitarra, desde las antiquísimas liras, cítaras y khitaras, hasta los diferentes tipos de laúd y vihuela, vendremos a la conclusión de que procede de una basta gama de cuerda que se tañían en Asia y África. Todos ellos tienen en común que se ceñían a una simple y sencilla caja armónica, en forma de caparazón de tortuga o plana, y unas cuerdas, que suelen ser de intestinos de animales, de metal o de seda, según el instrumento a que son destinadas, y que puestas en contacto con la caja armónica, al ser pulsadas o frotadas ponen en vibración a la columna de aire que contiene. Unos, tienen las cuerdas fijas sobre un bastidor, y emiten diferentes sonidos, claro está, según la longitud y el diámetro de la cuerda; otros, para acortar o alargar la longitud de la cuerda, poseen uno o varios dispositivos en su mecanismo. Y, por último, los más modernos, tienen ya un diapasón, y con los dedos se acorta o alarga la cuerda con más propiedad, mediante el concurso de la inteligencia y la sensibilidad.

La forma de pulsar las cuerdas, fue, y sigue siendo con los descendientes de cada familia, con un batidor o plectro, con los dedos o por frotación de las cuerdas mediante un arco. La evolución, la transformación gradual que han sufrido todos los instrumentos, los fue agrupando en especies o familias, bien por la forma de pulsación o por su configuración. Y, así, sin una esclarecida línea genealógica, llegamos al instrumento inmediato precursor de la guitarra: la vihuela.

Existían tres tipos de vihuelas: de plectro, mano y de arco. Cada uno de estos tipos comprendía diferentes afinaciones y órdenes (cuerdas). Tampoco podemos deslindar el campo de cuando la vihuela comenzó a fundirse con la guitarra. Un autor, nos dice: «En plena época barroca se va operando en España un olvido de la vihuela, y se crea la guitarra de cinco cuerdas, la cual, por el extranjero se llamará, guitarra española.» Así, pues, parece ser que la guitarra española, es la vihuela de mano de cinco órdenes (cuerdas).

La teoría musical de los siglos XVI y XVII, era complicadísima. Si ahora disponemos de siete nombres para las notas del solfeo, entonces (y desde el siglo XI) no había más que seis nombres para los siete grados de la escala, que eran: Do, Re, Mi Fa, Sol, La. Por ello este sistema se llamaba hexacordal. Claro está, que, dentro de la extensión de la octava, había más de seis grados o sonidos con personalidad distinta. La música del siglo XVI era esencialmente diatónica. La guitarra puede considerarse como uno de los principales factores entre los que contribuyeron a desterrar el viejo sistema de semitonos desiguales, para llegar al actual de doce semitonos matemáticamente iguales en extensión de una octava. En su promulgación intervino especialmente el organista y teórico Francisco Salinas.

Los vihuelistas y órgano-vihuelistas de los siglos XVI y XVII ocupan un lugar destacadísimo en la historia de la música española. Bástenos decir que tanto Bermudo en su «Declaración de instrumentos», como Narváez, Luis Millán, Fray Tomás de Santa María o el insigne Cabezón, como polifonistas, no sufrían ningún demérito comparados con los grandes músicos extranjeros de su época. Es más, en algunas ocasiones fueron creadores de nuevas formas musicales y establecieron influencias tan manifiestas e innegables como las de las célebre «diferencias» (variaciones) inventadas, según varios musicólogos, por Félix Antonio de Cabezón y tan cultivadas por los lautistas y polifonistas de otros países.

A Valencia le cabe el honor de ser la cuna de un caballero de alta alcurnia, Luis Millán, antes citado, adscrito a la corte de la reina doña Germana de Foix y de su tercer esposo, Don Fernando de Aragón, duque de Calabria. Luis Millán, poeta y célebre vihuelista, es el autor del primer método de vihuela, que empezó a imprimirse en el año 1535 por Francisco Díaz Romano y se terminó el día cuatro de diciembre de 1536. El título del método es el siguiente:

«Libro de música de vihuela de mano institulado El Maestro; el cual trahe el mesmo estilo y orden que un maestro trahería con un discípulo principiante, mostrándole ordenadamente desde los princicpios toda cosa que podría ignorar para entender la presente obra. Compuesto por Don Luis Millán. Dirigido al muy alto y muy poderoso y invictísimo Principe Don Juan por la gracia de Dios Rey de Portugal.»

La producción de la vihuela fue copiosa y magnífica, pero a últimos ya del siglo XVII, escríbese más bien poco. Al sentido aristocrático de la vihuela y su repertorio, sucede una tendencia que conduce a una popularización de la guitarra, la cual absorbe las ideas y la música del pueblo.

Vicente Espinel, ilustre poeta y guitarrista, estimuló este viraje hacia la democracia de la guitarra. Influyó también directamente en esta evolución, el hecho de que la aristocracia española estaba entonces muy absorta en los cargos de su incumbencia en América, y puede decirse que casi desapareció el mecenazgo que sostenía aquellas numerosas capillas de cantores y de instrumentistas que tanto proliferaron el siglo anterior. El pueblo pasó, en esta situación, a incorporar a su instrumento favorito, la guitarra, sus canciones y sus danzas.

Aparece entonces Gaspar Sanz, aragonés, de la Villa de Calanda, con su libro titulado «Instrucción de música sobre la guitarra española» (año 1974), que ocupó la cátedra de música de la ciudad de Salamanca. Viajó por Italia y a su vuelta fue nombrado profesor del príncipe don Juan de Austria. Son célebres sus Follas, danza al parecer de origen portugués.

Cuando años más tarde el violín y el clavecín ascienden a gran altura, al mismo tiempo que se equilibra y enriquece la orquesta con nuevos elementos musicales e instrumentales, la guitarra se esconde y queda semiolvidada.

A fines del siglo XVIII y principios del XIX, la guitarra tiene un resurgimiento y brilla y alcanza la cumbre de los instrumentos pulsados con plectro o mano. Es entonces cuando surgen figuras como Sor, llamado el afrancesado, Aguado, el diabólico Huerta, Cano, Costa, Arcas y posteriormente Tárrega, que descubren en la guitarra sus tesoros musicales, sus condiciones inigualables de instrumento de concierto. En este resurgimiento participaron también eminentes compositores-guitarristas extranjeros, que nos han legado entre otras obras, métodos y maravillosas series de estudios, destacando entre ellos F. Carulli, M. Guiliani, L. Legnanni, M. Carcassi y Napoleón Coste.

Los tiempos actuales no pertenecen ya a la historia. Los guitarristas del presente, los virtuosos, forman una legión numerosa bien preparada en los Conservatorios y está llena de inquietudes. Sin embargo, sería imperdonable no citar en esta sinopsis histórica, a la figura cumbre actual, a la figura señera que, en su eterno deambular por el mundo, ha dignificado y elevado a la guitarra y a los guitarristas del mundo entero: Andrés Segovia. Los compositores más ilustres de nuestro siglo se han sentido también atraídos por este instrumento y le han dedicado gran número de bellas partituras. Mencionemos por ejemplo la contribución de Asencio, Castelnuovo-Tedesco, Barrios, López-Chavarri, Palau, Moreno Torroba, Rodrigo, Ponce, Villa-Lobos, Tansman, Turina, Lauro, Sáinz de la Maza, Galindo, etc.

Al margen de esta trayectoria, podríamos llamarla erudita de la guitarra, el instrumento nacional ha sido portador a las islas Filipinas y a todas las repúblicas de la América latina, de las más puras esencias folklóricas españolas a través de sus canciones y danzas, que, mezcladas con las indígenas y negroides, constituyen un bagaje histórico-social, que contribuye poderosamente a fomentar el espíritu de convivencia que les une entre sí y con la madre patria.

Después de estos párrafos que acabáis de leer sobre la vihuela y la guitarra, mis últimas palabras son para deciros que no os desalentéis, que estudiéis la guitarra con amor, con pasión. Pues sé que cuando, abrazados a ella porque su estructura física, así nos lo exige para dejarse tocar, establezcáis un diálogo, una concordancia mutua, será ya para siempre vuestra compañera inseparable, por ser el instrumento más humano, más íntimo, el que más dice en la soledad y el que más conmueve.

María Rosa Gil del Bosque, Valencia 1969