Es el día trece de agosto de 1930 cuando la familia formada por el joven matrimonio Purificación y Víctor, y sus dos hijas de cuatro y dos años respectivamente, llamadas Amparo y Purificación, reciben el nacimiento de su tercera hija a la que pondrán el nombre de María Rosa.
Estamos ante una modesta familia de origen valenciano de artesanos, que se verá acrecentada años más tarde con el nacimiento de dos hijos varones, Víctor y José Antonio.
La familia Gil-Bosque en la que nace y crece Rosita (así se la conoce cariñosamente), es una sencilla familia de trabajadores, en la que no se conoce ninguna tradición musical, en la casa no hay ningún tipo de instrumento musical ni existe entre los miembros que la forman conocimientos musicales. No es en el seno de su hogar donde Rosita descubrirá el mundo musical sino que será al asistir al colegio, donde conocerá y escuchará por primera vez «música clásica», a través del sonido de un piano, descubriendo desde ese mismo instante, que su real deseo en la vida, su verdadera vocación, es la música.
El colegio al que asiste para realizar sus estudios es de religiosas terciarias capuchinas llamado «Colegio de Jesús, José y María», situado en la céntrica calle de Eixarchs, la misma calle donde la familia reside, y en donde en horas extraescolares, las niñas que así lo desean reciben clases de piano. Rosita contempla un día una de esas clases de música y se queda entusiasmada al escuchar el sonido del piano. Al regresar a casa pide a su padre permiso para poder asistir a esas clases ya que desearía aprender a tocar este instrumento.
Pronto verá desvanecerse su ilusión pues para su padre, la música no es algo fundamental y necesario para la vida, más bien considera que es un mero pasatiempo para señoritas de la alta sociedad, quienes pueden permitirse el lujo de recibir clases de música y tener un piano en casa, pero que esa educación adicional, no es para ella, y prefiere que se interese por otras tareas más útiles como bordar, coser, tejer, como es lo habitual para las mujeres de la casa. Por tanto, se muestra extrañado y reacio ante tal petición. La niña no duda en ningún momento en aceptar la explicación de su padre, pero a solas, sigue pensando en la música y se imagina siempre tecleando en su fantasía un piano de verdad.
En una vieja radio que tenía teclas para abrir y cerrar la puerta que la cubría, la niña Rosita las pulsaba mientras soñaba con su piano ilusorio.